Uno lee ‘Theobroma cacao‘ y piensa que le están tomando el pelo. Pero resulta que es el nombre que le dio el botánico Carlos Linneo al árbol del cual nace este fruto, que significa en griego nada más y nada menos, alimento de dioses, inspirado en las creencias de las culturas azteca y maya que lo consideraban un regalo divino de un dios con forma de Serpiente Emplumada para que los hombres pudieran disfrutar de este manjar tal como ellos lo hacían.
La historia del cacao está entonces ligada a los pueblos centroamericanos y la primera evidencia de su domesticación nos lleva a Honduras 3.500 años atrás, aunque también se ha encontrado que esta planta viene de nuestro Amazonas, con pruebas de su presencia desde el año 5.500 a.C.
No es de extrañar que en todos estos años el uso del cacao haya experimentado grandes transformaciones. Pasó de ser consumido como una bebida amarga asociada a la salud, el vigor y la longevidad que estaba reservada para reyes, nobles y guerreros, sirvió también como moneda de cambio y en la actualidad es uno de los productos agrícolas más consumidos en todo el mundo en forma de alimentos, medicamentos, cosméticos y productos de aseo.
Sin embargo, para llegar a esa taza de chocolate que todos conocemos se necesitó mucho desarrollo tecnológico, al cual recientemente nos referimos como Agrotech y que podemos entender como un conjunto de tecnologías y métodos que permiten aumentar la calidad de los productos, su rendimiento y su eficiencia de producción, eso sí, minimizando el impacto ambiental.
El chocolate es un claro ejemplo de la influencia que tiene la tecnología en la agricultura y cómo esta actividad ha estado mediada por innovaciones permanentes. Diego Villanueva, profesor investigador de EAFIT y director del Área de Sistemas Naturales y Sostenibilidad, considera que el agro en Colombia es un sector que tiene muchos retos, que sufre por muchas razones y que ha carecido de confianza en la ciencia y la tecnología, lo cual hace que aún no logremos ser tan productivos como otros países.
Es bajo esta visión que EAFIT ha incrementado su participación en temas agrícolas. En los últimos 5 años ha incluido en su oferta programas como Ingeniería Agronómica, programas de educación continua para profesionales del sector y ha generado alianzas con otras instituciones, entre ellas, la Universidad Zamorano de Honduras, ¿te acuerdas qué otra cosa nos conecta con Honduras? ¡Correcto!, la historia del cacao.
Además de esto han abordado las problemáticas que sufren muchos de los cultivos del país desde enfoques como el estudio de la semilla, los suelos, el diagnóstico de enfermedades, el control de los patógenos, el aprovechamiento de los residuos o la implementación de tecnologías de analítica avanzada que se conoce como agricultura de precisión.
Este ecosistema de investigación le ha permitido a EAFIT desarrollar tecnologías para propagar semillas, haciéndolas más resistentes, productivas y desprovistas de hongos y bacterias. Así mismo, bioproductos para otros cultivos esenciales como el banano y la obtención de bioplásticos a partir de residuos como las pepas del aguacate, entre muchas otras.
Retomando el ejemplo del cacao, encontramos que entre las enfermedades más importantes que atacan su cultivo está la moniliasis, generada por un hongo que se alimenta de sus frutos. Este produce millones de esporas que se multiplican de manera rápida ocasionando grandes pérdidas en la cosecha. Esta enfermedad está presente en casi todos los países productores de América y los estudios han mostrado a Colombia como el lugar de origen.
Atender esta problemática a nivel nacional es fundamental dada la importancia de este producto para el bienestar económico y social, en donde hay un poco más de 170.000 hectáreas cultivadas en 26 departamentos y 850 empresas dedicadas a la elaboración de derivados del cacao. En el 2022 aportó cerca del 3% del Producto Interno Bruto (PIB) de la industria de alimentos y 16.000 nuevos empleos formales. Los productos de chocolatería colombiana llegaron a 68 países y el cacao ha sido utilizado como sustituto de cultivos ilícitos dado el reconocimiento de la International Cocoa Organization (ICCO) como Cacao Fino de Aroma.
Los primeros trabajos de investigación para el control de la moniliasis se dieron en la década de 1950 y desde entonces se han realizado muchos estudios buscando alternativas en productos de origen químico y biológico, alteración genética de la variedad vegetal o mejores prácticas agrícolas y, aun así, el problema persiste.
Es aquí donde la combinación de múltiples saberes y áreas de conocimiento cobra especial relevancia y, ¿qué otro lugar permite mejor esta integración sino una universidad? Un lugar en el que un ingeniero de control termina trabajando con un biólogo para intervenir esta situación desde otro enfoque, uno más predictivo.
Alejandro Marulanda, doctor en Agroingeniería y profesor del Área de Sistemas Naturales y Sostenibilidad, explica que el objetivo es crear un modelo matemático que permita saber cuándo un cultivo tiene propensión a ser infectado con el hongo. Este modelo necesita medir en campo la cantidad de esporas en el ambiente, cuya presencia posibilita generar alertas tempranas.
En el mundo existen algunas tecnologías enfocadas a esta medición, pero su implementación demanda alta inversión, capacidad y tiempo, lo que hizo a los investigadores pensar en una solución rápida con tecnología comercial a la que se refieren como atrapaesporas. Un dispositivo que fue probado con cacaoteros en Palestina (Caldas) con apoyo de Casa Luker, dando como resultado una rebaja considerable de estas esporas.
La historia del cacao pone de manifiesto que la agricultura, siendo una de las actividades más antiguas de la humanidad, que consistió en sí misma en una innovación disruptiva en la forma de producir alimentos, está enfrentada constantemente a nuevas necesidades y retos para el universo investigativo. Así que la próxima vez que tengas una taza de chocolate en tus manos, piensa en que cada sorbo está repleto de ciencia y tecnología.
Buen provecho.